Por:
Ramón Antonio Veras.
Dedico este escrito a mis puros amigos
y amigas.
I.-
Una explicación previa
1.- Mi formación personal con relación
a la amistad la cultivé en mi
niñez y juventud; sin imperfección, ni mácula; la limpieza estaba en nuestra
conciencia y la expresábamos en el trato sin mancha, franco, sincero y leal.
Entre nosotros, los amigos y amigas de ayer, no se conocía la mentira, el engaño; ni la celada para
traicionar, la emboscada para
culminar ni la acechanza traidora.
2.- Me formé en una comunidad de amigas y amigos que nos tratábamos
con relaciones de afectiva hermandad; el hermanazgo nos unía con
afinidad; compenetración que no tenía limitación alguna; cada uno generaba simpatía hacia los otros; la camaradería fue la
expresión del querer mutuo que se anidó
siempre en nuestros corazones.
3.- En el contexto de la
narración anterior tiene el origen mi
actitud en torno a la amistad, y no la
percibo de otra manera; mis convicciones
están construidas sobre el trato mutuo, la reciprocidad compartida, en la
correspondencia ligada por el afecto y la franqueza.
II.- Motivación de este escrito
4.- He sido impulsado a elaborar este escrito porque me ha llamado a
preocupación el hecho de que personas que tenemos el mismo origen social y nos
conocemos desde hace muuuuuchos años, desde niños, o nos desarrollamos juntos, ahora
resulta que, al parecer, se han dejado contaminar por los vicios de la sociedad
actual que muy poco valora la amistad, y
para quien el afecto tiene, en algunos
segmentos, un componente económico.
5.- Aunque el estado de
descomposición que predomina en la
sociedad dominicana de hoy es tan fuerte que quiebra hasta el acero, me resisto a creer que un amigo o amiga de mi
generación se deje resquebrajar su conciencia, su forma de proceder, por los
vicios que genera este medio social achacoso.
6.- A mis amistades de ayer, les
tengo un espacio especial en mi corazón, pero esta
distinción no me impide comprobar la
realidad de hoy; sé que
el sistema que predomina en mi
país debilita hasta las voluntades
más férreas, y las
convicciones más finamente cultivadas.
Pero la amistad adquirida en el
fragor de la vida diaria, una amistad de
antaño, no puede caer en la fragilidad.
7.- La camaradería de antes era
encantadora, la simpatía se advertía en
el trato, primaba la cordialidad; manteníamos comunicaciones gozosas, celebramos las cosas más baladíes, no se
percibía ningún recelo;
la confianza nos unificaba, la entrega mutua nos identificaba sin temor
ni sospecha. Desconocíamos la malicia.
8.- Conocí la dedicación al amigo, la plena confianza, la creencia en la palabra proveniente de
él; me daba seguridad su persona; la esperanza firme para creer en lo que
me decía me generaba tranquilidad; no había espacio para la desconfianza, la duda ni el titubeo
de creer en lo que me decía.
9.- Una amistad que nace en la niñez, la comunicación diaria en el
barrio, en la escuela primaria e
intermedia, y se extiende hasta la
adultez, está libre de incertidumbre; no
hay lugar al titubeo en la conversación ni vacilación en la entrega
a confiar el secreto; la decisión
es en firme, sin nada de
cuestionamiento; no se objeta ni se debate
lo que dice el amigo verdadero.
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