Por: Ramón Antonio Veras.
I.- La decencia en la política
1.-
La actividad política llevada con altura y respeto se enriquece y eleva a
quienes en ella intervienen con objetivos que persiguen cambios sociales.
Discutir criterios ideológicos con elegancia prueba decencia en los
contendores, a la vez que contribuye a embellecer la polémica. Demuestra vigor
en sus alegatos aquel que no cede ante la diatriba que le lanza el rival que
solo sabe impugnar sin razonar. Argumentar sin base es propio de quien está
huérfano de alegatos convincentes.
2.-
La política hay que hacerla con gusto, imprimirle gracia. El que la ejerce debe
dar demostración de que está en ella para hacerla atractiva, libre de grosería
y rudeza; la desnaturaliza aquel que la utiliza para satisfacer sus deseos de
dañar y desquitarse de quien cree que lo ha lesionado. La venganza no debe tener
espacio en el corazón de los que tienen como motivo para luchar el bienestar
colectivo.
3.- Solo
aquel que está en política barata recurre a palabras sin esencia, hace
exposición vacía y ausente de contenido, diferente al que habla con solidez que
con un discurso explicito enseña que se comporta paladinamente probando sin
rodeos lo que encierra su proposición. Quien no domina los temas objeto de sus
planteamientos está expuesto a hacer el ridículo y la manera de esbozar los asuntos
le lleva a ser visto como un extravagante merecedor de escarnio.
4.- El
que participa en la política y es portador de la verdad, no necesita utilizar
la falsedad como refuerzo porque entonces desnaturaliza la fidelidad de sus
ideas. La proposición basada en principios se hace admirable por la certeza que
le imprime el exponente que saca de la realidad viva la fundamentación que justifica
lo que procura probar. Para demostrar lo auténtico no hay que armarse de
artificios.
5.-
El trabajo político debe realizarse lleno de gracia para hacerlo atractivo. La
agilidad mental la demuestra el que interviene discutiendo con gallardía,
analiza los temas deduciéndolos de hechos concretos y prueba lo que quiere
justificar sin tergiversaciones ni expresiones ofensivas.
6.-
Cualquier labor que se haga con fines nobles, no puede ser hecha recurriendo a
la mortificación de los demás. Por muy áspera que se presente la contienda
política, al margen de ella hay que mantener las habladurías, porque los díceres
solo contribuyen a crear malos entendidos, resentimientos y conflictos
personales que en nada enriquecen la controversia sobre la materia que sea. El
intercambio de ideas es elegante cuando se da entre individuos con fortaleza
ideológica.
7.- La
persona de buena formación familiar, educativa e ideológica aporta a la disputa
política, porque está hecha para cambiar de impresiones e impugnar sin tener
que llegar a hastiar a su antagonista. Aquel que escribe o de cualquier forma
trata asuntos de controversiales debe
ser lo suficientemente ecuánime para comprender que encontrará litigantes que
le van a contestar sus opiniones. La porfía ideológica impone compostura y
comedimiento entre los polemistas.
II.- Pobreza en el debate político en
nuestro país
8.- En
el medio social dominicano la discusión política no se ha enriquecido; por el contrario, se ha
empobrecido, porque los actores no se han comportado como mandan las
circunstancias en el empleo de los métodos que hacen la lucha por la toma del
poder un ejercicio propio de calificados contrincantes. El peleador que domina
la política decente no hiere a su contrario en lo personal o familiar.
9.-
No es política sana aquella que se lleva a cabo entre individuos que lo único
que saben es causar afrenta. Precisamente, muchos de los que hacen politiquería
en nuestro país se han caracterizado por agraviar a los que no se identifican
con su proceder. Demuestra estar limitado de cultura política el que se
aprovecha de cualquier circunstancia para deshonrar a quien no puede vencer en
buena lid.
10.-
En lugar de confrontar ideas, lo que aquí se hace es lanzar consignas huecas
para sembrar confusión. El que no cree en su credo lo fundamenta en pequeñeces
para que no prime la discusión doctrinaria y se imponga la chismografía que
conduce a la habladuría que no produce otra cosa que disputa entre chinchosos.
11.-
Lo que hemos visto en el ambiente político nuestro son discusiones fuera de
tono, llenas de jocosidades para motivar risas. Las diferencias entre
politiqueros no generan análisis porque nada enseñan; solo sirven para romper
el aburrimiento tomándolas como ocurrencias propias de los graciosos metidos a
políticos.
12.-
La política que atrae, aquella que descansa en una ideología determinada, está
hecha para ser ejercida por personas que creen en determinados principios,
aunque los mismos no se ajusten a la realidad. Cualquier persona puede abrazar
un conjunto de ideas absurdas y defenderlas con argumentos que le den viso de
sensatez porque, a veces, hasta lo opuesto a la razón llega a sostenerse con inteligencia. Pero entre nosotros, los que
hacen de la política un negocio, ante la ausencia de dominio, no tienen
capacidad para ser defensores de sus desatinos.
13.-
En nuestro país, la generalidad del material humano bruto que hace política basada
en la conveniencia personal, no tiene las más elementales consideraciones que esa
actividad impone. La persona inteligente, aunque no tenga una gran cultura
política, demuestra agudeza al razonar y exponer los conceptos con los cuales
justifica sus argumentos. El que se está destacando en la política dominicana
es el necio insoportable que es incapaz de mantener un diálogo sin ofender a su
contrincante.
14.-
La política no es complicada, sucia ni dañina. Está comprobado que quienes la
degradan son aquellos que aquí por sus limitaciones para pensar la ven como algo
complejo, y para salir de su laberinto ideológico recurren a cuantos términos ofensivos
tienen en su cabeza. Aquel que no sabe de política la hace repugnante ante las
personas de bien que quisieran incidir en ella para contribuir aportando desde
distintas áreas.
15.-
Lo que impone la realidad social dominicana es que no se le debe dejar el campo
abierto a los que solo están en condiciones de accionar en política con los
insultos. Las palabras o acciones que ofenden y humillan hay que eliminarlas de
los debates, y para lograr semejante objetivo hay que sacar del quehacer
político a los que están armados de un lenguaje de improperios y provocación.
III.- Necesidad de enviar mensajes de
civilidad
16.-
Aquel que cree firmemente en sus ideas políticas no necesita aplicar términos
urticantes para descalificar a quien busca convencer. No se triunfa en lo
ideológico al rivalizar colocando al contrincante en posición defensiva con
epítetos que tienen por objetivo eliminarlo anímicamente. El calificativo
insultante demuestra en quien lo utiliza ausencia de talento y razón en lo que
argumenta.
17.-
Es propio de quien hace de la acción vil e indigna su comportamiento político,
partidista o ideológico recurrir al ataque personal. Es inexcusable cualquier
acto contra un contrario político dirigido a dañar a su círculo familiar. Es
deleznable la conducta de aquel que solo sabe denostar para escalar en la vida
política y social.
18.-
La hidalguía de quienes se dedican a la política debe ser el resultado de su
elegante proceder en la vida pública, y una actitud a destacar ha de ser la
trascendencia ganada por defender sus convicciones sin fastidiar a sus
adversarios. No hay que herir, denigrar ni sonrojar a quienes se manifiestan
opuestos a nuestro ideario para procurar adeptos, granjearse simpatía, crear
conciencia cívica y ciudadana y demostrar lo justo del mensaje que enviamos,
19.-
Aquel ciudadano o ciudadana que decide intervenir en la política de su país
debe hacerlo por convicción; tomar parte respetando el pensamiento y las ideas
de sus contrarios; mezclarse en los asuntos, pero con criterios ajustados a los
temas controvertidos y sin caer nunca en lo personal; interponer alegatos
acordes con lo que se está debatiendo, sin ir más allá de lo que es de interés
dilucidar. Por muy apasionada que se torne la polémica, siempre hay que
conservar la prudencia para no caer en actitudes irracionales.
20.-
Para que la lucha política resulte provechosa, los que en ella accionan deben
tratar cuestiones de trascendencia para el país, porque solo lo que es de
importancia enriquece el proceso social y hace posible los cambios requeridos
por la sociedad. Carece de sentido ocupar el tiempo abordando cuestiones
superficiales que no conducen a nada positivo y casi siempre terminan la
conversación en trivialidades.
21.-
Demuestra poseer formación ideológica aquel que tiene la suficiente capacidad y
serenidad para defender su creencia política sin causar malestar a otro. El
intolerante y dogmático con facilidad cae en la impaciencia que lo guía por el
camino de la obstinación que está a un paso de los insultos que tanto mal
producen a la buena imagen de quien está en la brega política.
22.-
En el trabajo político hay que combinar la destreza con la pulcritud, porque pierde
su esencia noble cualquier actividad con sentido social una vez cae en la
suciedad, sin importar que sea con el lenguaje soez o con métodos llenos de
vileza. Las causas justas no necesitan de mezquindades para ser alcanzadas,
porque entonces se desnaturalizan haciéndose impuras. Lo bueno y bonito para el
bien del país no lo vamos a obtener combatiendo a los que se oponen a los
cambios lanzándoles palabras venenosas, ponzoñosas y dañinas con el único fin
de mortificarlos.
23.-
Sin importar las diferencias ideológicas, la discusión política debe ser
llevada con delicadeza, porque la rugosidad no aporta razón. La abruptez la
demuestra el polemista débil de argumentos, lo que le motiva a hacer uso de la
hosquedad en los debates. Ante el encono que exhibe el político estúpido hay
que responderle con dulzura para bajarle el enojo y hacerlo entrar en una
posición civilizada.
24.-
La altanería no debe acompañar a quien decide participar en la contienda
política, porque quien se comporta presuntuoso cree que su opinión debe ser
aceptada sin contemplación. En el medio dominicano abundan aquellos que
accionan en política con posiciones arrogantes, con lo que prueban sus
limitaciones para dirimir asuntos que requieren, además de talento, dominio de
la política.
25.-
Sería sumamente positivo para el adecentamiento del debate político en el país
que aquellos que inciden ante la opinión pública decidan enviar mensajes de
civilidad con el fin de rodear las
polémicas de sociabilidad. El proceder político bueno no se prueba recurriendo
a la tosquedad, sembrando cizaña, ni poniendo la zafiedad por encima del
respeto que merece todo ser humano sin importar su ideario. La vulgaridad no da
liderazgo ni motiva reconocimiento de talento; solo sirve para probar la bajeza
de aquel que la utiliza como coraza para cubrir su mediocridad.
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