Mi estimado amigo Santos:
La última vez que te visité en tu consultorio, al salir quedé sumamente
preocupado por el estado anímico que
reflejabas en tu cara la cual me transmitió la impresión de que algo angustioso
se movía en el fondo de tu alma.
Luego, al llegar a mi casa, razoné detenidamente; y combinando la
conversación que sostuvimos y tu situación de desánimo, llegué a la conclusión
de que tu abatimiento era resultado del pesar causado por los comentarios
adversos que, con relación a tu persona y demás colegas, habían hecho algunos
malvados.
Aprovecho la ocasión para decirte que te admiro y distingo como persona,
profesional de la medicina y ciudadano;
valoro mucho tu origen social,
sensibilidad y talento, así como tu entrega por superarte cada día más como
un experto de tu especialidad.
Un médico como tú, que has dedicado tus conocimientos para
curar el órgano más sensitivo del cuerpo humano –el corazón-, no merece ser
lesionado ni de la forma más leve, y mucho menos con expresiones aviesas y
pesadas.
Porque he pasado por muchos momentos amargos, causados por quienes me han
testimoniado una supuesta entrañable amistad, sé el momento por el cual estas
pasando, pero debes sobreponerte a esa situación y superarla porque los pesares
son trances en nuestras vidas.
Pensando en forma dialéctica, de las situaciones negativas debes aprender a
sacar las experiencias que te sirvan para cosas positivas en tu futuro, y mucho
más en este medio social en el cual vivimos, caracterizado por generar vicios
que dañan a la especie humana.
Santos, no escapa a tu inteligencia
que así como has tratado pacientes que manifiestan gratitud por tus eficientes
servicios como galeno, también los hay que de sus gargantas sólo salen
expresiones fastidiosas, porque la manifestación de agrado es propia de seres
humanos nobles, mientras que la blasfemia, el
insulto, está a flor de labios en los ponzoñosos e intrigantes.
En otro orden, tú, que al igual que yo, provienes de un
hogar de padres humildes, debes estar preparado para soportar los dardos más
venenosos lanzados por aquellos que no aceptan tu progreso en base a tu
dedicación a los estudios, a tu perseverancia en la superación, y a una vida
coherente como hijo ejemplar, esposo y padre amoroso, ciudadano
digno, profesional brillante y exitoso. Para algunos, los de abajo estamos
impedidos de triunfar y si alcanzamos la fama nos la quieren marchitar.
Con relación a lo que me hablaste de la necesidad y la indecisión de
cambiar tu vehículo, puedo decirte que no debes pensarlo dos veces; el disfrute del dinero fruto del trabajo
honesto y digno no es una afrenta. Si por tu laboriosidad has llegado a
disponer de recursos económicos para adquirir un hermoso automóvil, cómpralo; y
si algún día aspiras a tener un helicóptero, adquiérelo, y gózalo con tu
compañera, hijo y demás seres queridos.
No permitas que los envidiosos y mediocres amarguen tu existencia.
En lugar de duda por el qué dirán, debes comportarte decidido para gastar
el dinero alcanzado con tu trabajo y, además, con la satisfacción de que el
progreso económico no te has envilecido, y ni por asomo en tu comportamiento
has caído en la deshonra.
Mi amigo Santos, quiero verte alegre como siempre; que la maledicencia no
te quite tu sentido jovial; no hagas caso a los que procuran hundirte en la
tristeza. En estos momentos recuerdas
lo que hablamos en el sentido de
que ambos debemos sentirnos
agradecidos de la vida porque nos ha dado más de lo que le pedimos.
Adelante, Santos, tú mereces vivir
muuuuuchos años para que sigas sanando enfermos, estabilizando corazones,
recobrando vidas de moribundos, y llevando alivio a los seres humanos que necesitan seguir
contando con tus aportes como hombre de bien
y médico sensible y preparado.
Abrazos sinceros de tu amigo.
Negro Veras
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