Por: Ramón Antonio Veras.
Este escrito se lo dedico a todas las
mujeres y hombres meritorios por sus éxitos,
víctimas de los descalificadores.
I.- El descalificador en su sociedad
ideal
1.-
La perversión social es la esencia del
descalabro de lo que es una colectividad
civilizada en declive. Es evidente que
si no está podrida, le falta poco a una sociedad como la
dominicana en la cual en forma sucesiva
ocurren hechos aberrantes como el de un
nieto que viola a su abuela de setenta y cuatro (74) años de edad; desconocidos
queman anciana de 78; choferes amenazan
quemar una guagua llena de niños, y una
madre negocia actividades sexuales de
dos de sus hijas.
2.-
En ese mismo conglomerado dominicano de
hoy es donde abundan nocivos de toda facha, ahítos de taras, dispuestos a poner en práctica su obstinada
obsesión a dañar, lesionar a los demás con su punzante y tormentosa opinión,
siempre cargada del veneno descalificador.
3.-
El que descalifica en el fondo de su
alma aloja rencores de todo tipo, resentimientos malvados, aversión centralizada y
aborrecimiento enfermizo; no tiene espacio
para admirar al exitoso, amar a los demás ni apreciar los valores que
acompañan a quien se ha hecho merecedor
de los mismos por su accionar en la vida. En estos momentos, el estado de descalabro que se encuentra
la sociedad dominicana, es la ideal para la formación y desarrollo de quien procura descalificar a los que se hacen merecedores del respeto y
consideración de la sociedad.
4.-
Para hacer labor de descalificador,
se precisa estar dominado por la envidia y la intriga, y poner estos vicios en
ejecución cuantas veces se
quiera incapacitar a otro con virtudes y que goza de respeto ganado con
el buen proceder.
5.-
No resulta fácil saber cuándo nos encontramos ante un descalificador, aunque en ellos siempre está presente el
desvergonzado, zigzagueante, granuja, simulador, indigno, perverso, embustero,
insidioso, malicioso e infame.
6.- La
persona que hace de la descalificación
un hábito, permanece mentalmente armada; en su cerebro letrino almacena todo
aquello que le sirve como medio de destrucción
de honras, méritos, virtudes, fama, respeto bien ganado por su talento y
buen comportamiento.
7.-
Los métodos más usados por el descalificador
son el chisme, la intriga, la mentira, la insinuación, la difamación, el
rumor, la insidia, la maquinación y la estratagema; todo acompañado de
hipocresía, simulación, fingimiento; simulación, frialdad, desfachatez y
absoluta indolencia.
II.- El descalificador: su víctima,
forma de actuar, auditorio y escenario
8.- El descalificador no escoge como
víctima a cualquier persona; él sabe
hacia quien dirige su proceder diabólico; acciona contra alguien de valía; lanza sus dardos venenosos para
descalificar a los ilustres, a los triunfadores, a los exitosos, sobresalientes y meritorios.
9.- El descalificador no se ocupa de
los insignificantes, de los sin
importancia. En razón de que su objetivo es dañar, no logra sus fines ocupándose de quien carece de brillo.
Busca con su mordacidad deslustrar seres
humanos excelentes, no a los mediocres.
10.-
El accionar normal del descalificador
no es actuar frente a frente ante el que quiere descalificar, sino que hace uso
de la sinuosidad, del ondulante y
siniestro zig zag que le es inherente
a su persona; su obra infame y serpenteante es extraña a la franqueza y
a lo directo; le conviene actuar
disimulado, retorcido, nunca derecho.
11.-
Para alcanzar su objetivo dañino el descalificador estudia previamente
el auditorio ante el cual va a soltar su palma de fuego verbal; le gusta exponer
sus ideas perversas en un círculo social en el cual su víctima sea respetada; siempre espera que la audiencia le preste atención a lo que
va a decir contra el escogido para descalificar.
12.-
En su afán por denigrar a la persona respetable y sobresaliente, el que
descalifica se ubica por lo regular donde hay una concurrencia accidentalmente
cautiva, ya sea en un encuentro de amigos y amigas, un centro de diversión, una
funeraria, un club cultural o social, en fin, allí donde hay una aglomeración que se ha dado cita por algo de interés común.
13.-
El escenario ideal para el
descalificador hacer su indigna labor es aquel donde se mueve la persona
que busca rebajar o de cualquier forma
denigrar. El ambiente para vilipendiar al hombre o mujer de bien es allí donde normalmente hacen acto de
presencia por su vida laboral o profesional.
14.-
Todo aquel que hace el sucio trabajo de descalificar
a las personas de prestigio, sabe en el momento que inicia su bajo operativo,
pero no cuando lo concluye; por lo
general, considera que su misión indigna
ha concluido cuando ha reducido anímica y moralmente a quien procura
descalificar.
15.-
Alcanzada la desmoralización, el desprestigio y el descrédito de su víctima, el descalificador se siente realizado
en su baja tarea; mientras más estropea la honra y prestigio de su sacrificado,
más disfruta su logro; es cuestión de sembrar el descrédito hasta lo infinito.
III.- El descalificador y su lenguaje
16.-
El lenguaje del cual se vale el
descalificador se ajusta al fin perseguido para envilecer, despreciar al perjudicado; el sacrificado muchas veces
no se da cuenta de la labor agraviante que se hace en su contra porque los términos, las expresiones del descalificador siempre están envueltas,
cubiertas de malicia y doble sentido, jerga propia de los hipócritas.
17.-
Para cubrir la realidad con la apariencia,
el descalificador se apoya en el hablar
dudoso, en términos dubitativos; en conceptos vagos y ambiguos, para dejar
sembrada en su auditorio una imagen discutible hacia la persona meritoria y que
busca descalificar.
18.-
Aquel que se ceba descalificando a
quien se ha ganado el respeto de la sociedad por sus méritos, recurre a las
expresiones de “a lo mejor”; “tal vez”, “quizás”;
“andan diciendo”; “no sé si es cierto”, “pero comentan”; “no le doy mucho
crédito a lo que dicen, pero quien me lo dijo me merece credibilidad”, “a mi no
me lo crean, pero dicen por ahí...”
19.-
El descalificador procura sembrar en
los demás la confusión con relación a quien se persigue deslustrar como persona
de consideración y respeto; habla para inducir no a la certeza, sino a la deducción,
a la suposición; el objetivo es que queden
en conjeturas las virtudes de aquel
que ha sido escogido para convertirlo en despreciable por desmerecer de
esas virtudes.
20.-
Enviado el mensaje de incertidumbre sobre las condiciones morales y de
consideración de quien se trata descalificar, el descalificador logra parte de lo que busca, porque si ayer
existía convicción, seguridad de la calidad probada del lesionado, ahora hay
vacilación e indecisión.
21.-
El descalificador concluye su obra
cuando invalida moralmente a su víctima; se siente bien destruyéndole
la reputación, desprestigiándola
en su buena imagen; haciéndola ver como alguien ejemplo de deshonor, que sólo merece el
desprecio de la sociedad.
22.- El descalificador, habiendo sembrado
el desconcierto, si simulaba ser amigo del ofendido, toma distancia de él, se aleja para que no se sepa que fue quien sembró la cizaña para descalificar
moralmente a su supuesto amigo.
IV.- El descalificador y su cómplice
23.-
El descalificador no actúa sólo;
necesita la receptividad, los oídos y la
lengua de un copartícipe que haga suya la versión que ha de dañar la honra y
dignidad del agredido triunfador sobresaliente; el cooperador disfruta la acción dañina contra el descalificado con
igual intensidad que el descalificador.
24.-
Aquel que escucha al descalificador y
da como ciertas sus versiones, se hace cómplice, y debe ser tratado como tal;
la víctima de la descalificación ha de actuar frente al coautor con el mismo método que con el inventor calumniador; el compinche de la infamia hay
que colocarlo en el mismo plano que al creador de la misma.
25.-
El cómplice encubridor forma parte de la trama desde el momento que se hace
partícipe de la conjura urdida para lesionar al hombre o mujer con meritos bien
valorados por la parte sana de la sociedad.
Reflexión final
a.- El lumpen, ese desecho social que hace labor
de descalificar a las personas dignas, honradas y meritorias, hay que
sancionarlo con indiferencia y absoluta frialdad;
haciéndole saber que es del dominio
público que él es un zaramagullón de la
deshonrosa y despreciable actividad descalificadora.
b.-
Las personas ilustres deben elevarse
ante la diatriba de sus detractores; el
descalificador, con su aviesa
opinión de malvado, no puede mellar la fama bien ganada
de un acreditado triunfador o triunfadora.
c.-
La perorata, la injuria de aquel que busca fastidiar y reducir al ser humano
digno y bien apreciado en la sociedad,
debe ser ignorada; el eminente
ha de hacer caso omiso a lo que
diga un descalificador de honras merecidas.
d.- La
menudencia de persona que es el que procura descalificar a los sobresalientes,
a los triunfadores y exitosos, ha de recibir el trato que merece como desecho
social, vulgar e
insolente y ofensivo de la buena conducta y recto proceder de los demás,
e.-
Las palabras que salen de lo más
profundo de los intestinos hasta llegar a la boca del descalificador, no deben ser repetidas por ningún hombre o mujer
decente, porque su resonancia daña; su
eco contamina y empaña la mente sana; el vocablo preñado de odio contra un ser
humano exitoso, no puede ser objeto de comentario alguno. La cháchara, la
verborrea del que descalifica debe caer en el vacío y en el olvido.
f.- Finalmente,
me permito sugerir al hombre o mujer exitosa, a los triunfadores y
sobresalientes que padecen tristeza y angustia por ataques provenientes de un descalificador,
armarse de alegría, mantenerse en júbilo permanente, contagiándose de gozo, y
recordarles que, si les tocare llorar, no olvidar que cada lágrima tiene su
valor: es la hermana de la sonrisa.
Santiago de los
Caballeros,
30 de abril de 2015.
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